La humanidad primitiva entendió el mundo de manera distinta; a la muerte corresponde un mundo inferior o subterráneo, que en nuestra cultura prehispánica se conoce como Mictlán, el lugar de los muertos. Es el franciscano Sahagún quien hace referencia a “el Mictlán”, en el centro del mundo inferior se encuentra el “noveno y más profundo de los lugares subterráneos” donde se encuentra Mictlantecuhtli.
Este sitio del más allá consistía en nueve planos extendidos bajo la tierra y orientados hacia el Norte. Allá iban los que fallecían de muerte natural, en compañía de un perro, quien, si en vida fue tratado bien, acompañaría a su amo a realizar el largo viaje. Para llegar a ese lugar hay un recorrido largo, Sahagún indica las peripecias del viaje: para iniciar el camino los deudos le humedecían la cabeza al cadáver y le daban un jarro con agua, pues tenía:
- Que atravesar en medio de dos sierras que están encontrándose una con la otra.
- Pasar el camino por donde está una culebra guardándolo.
- Pasar por donde está la lagartija verde llamada Xochitónal.
- Atravesar ocho páramos.
- Atravesar ocho collados.
- Cruzar por donde el viento frío corta como na
- Atravesar a lomo de un perro el Río Chiconahuapan.
- Presentar sus ofrendas a Mictlantecuhtli y
- Alcanzar, después de cuatro años, los Nueve Infiernos: Chicunaumíctlan.
En ese lugar subterráneo habitaban Mictlantecuhtli y Mictecacíhual, los señores del infierno, y se sabe que su trono era de piedras preciosas. En los códices y figuras que se han encontrado, la señora del mundo de los muertos aparece con un aspecto descarnado, a veces con solo el cráneo sin piel, con la cabellera entremezclada, con coronas o collares de cráneos. Al llegar al Mictlán las almas eran liberadas, completando así el ciclo de la vida y la muerte.