Para Dalí los recuerdos comienzan mucho antes de su nacimiento, en el vientre materno, donde ve “colores del infierno, que son rojo, anaranjado, amarillo y azulado, el color de las llamas, del fuego; sobre todo era cálido, quieto, suave, simétrico, duplicado y pegajoso”. Dalí nació el 11 de mayo de 1904, un año después de la muerte de su hermano. Este acontecimiento afectó l
Por miedo de que algo malo pudiera ocurrir a su hijo, los padres de Salvador Dalí cumplían sus caprichos y lo consentían de más. Era un niño con pocos amigos, jugaba solo y tenía la atención de tres mujeres que lo cuidaban, su madre, su tía y su abuela. Con su padre la relación era diferente, Salvador Dalí y Cusi, notario comercial, era un librepensador anticatólico que deseaba heredarle sus ideas. Por eso decidió no enviarlo a una escuela católica, pero por no alcanzar el nivel requerido para la escuela estatal le permitió asistir a una escuela católica privada de la orden francesa La Salle. Allí aprendió francés y recibió sus primeras lecciones de dibujo y pintura. Entonces tuvo su primer taller en casa; en una tabla sobre una pileta de cemento realizó sus primeras acuarelas y óleos. “Al fin de extraer de mí a mi hermano muerto, tuve que desempeñar el papel de genio para asegurarme de que en todo momento en realidad yo no era él, que yo no estaba muerto; como tal me vi obligado a adoptar toda clase de poses excéntricas”. (Era inevitablemente el peso de su apellido, poco común en España, pues proviene de la palabra “adalid”, que a su vez tiene sus raíces en el arábigo y significa “líder”). Salvador Dalí tuvo una fuerza implacable, una intuición que lo llevó a un mundo onírico desde el inicio, en el lienzo pudo extraer la muerte que ensombrecía su corazón.